Extraños en la noche
- Alonso Garza
- 6 sept 2019
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 19 abr 2020
El paso del tiempo puede cambiar el significado de una frase, de una canción, y hasta de la vida misma.

Hace algunos años me encontré con la versión de Sandro de la canción de “Extraños en la noche”, y me pareció muy romántica, y hasta cierto punto erótica. Ideal para una velada con tu pareja a la luz de las velas y bailando muy pegaditos.
Siempre pensé que era una muestra de que dos extraños pueden llegar a conocerse, enamorarse, y ser felices.
Pero de un tiempo para acá la frase “Extraños en la noche” ha cobrado otro significado. Y se ha generado otra versión de la canción, en la que esos “extraños” ya vivieron juntos, formando una familia, un hogar. Teniendo hijos, responsabilidades, obligaciones, trabajos demandantes, y fueron cayendo, poco a poco, en la rutina de la vida, perdiendo así esa magia que se generaba al bailar esta canción.
Han vuelto a ser “extraños en la noche”, pero porque ahora no se reconocen a la hora de ir a la cama, a dormir.
Ya no hay nada en su mirar que les domine, ni ese sonreír que les fascine. Ahora se ven hasta con indiferencia. Pero no se dan cuenta. Lo ven normal. “Es parte de la vida”. “Es normal que esto pase, han sido muchos años juntos”. “Lo importante es seguir juntos”. “Juntos formamos una bonita familia”. Siguen juntos, pero solos.
De repente hay chispazos. Vuelve la magia. Recuerdan el por qué se enamoraron. Reviven los buenos momentos, los románticos, los que les quitaban el aliento. Luego, la rutina, implacable, los vuelve a atrapar. Y después llega nuevamente la indiferencia.
En ocasiones él pide más pasión, más romance. Ella contesta que tiene que lavar, hacer de comer, atender a los niños. No hay tiempo para el romance.
Otras veces ella pide demostraciones de amor, que lave la camioneta, que corte el césped, que limpie la casa. Él trata de esforzarse, pero no con muchas ganas, porque no logra hacerlo.
Y cada uno, en sus pensamientos, argumenta que está en lo correcto. Que es el otro quien debe cambiar. Intentar con más ganas. Pero no lo dicen. Solamente callan, esperando que el otro adivine, que reaccione.
Una noche azul se unieron para compartir su soledad, y decidieron vivir juntos, sin reproches, para no sentirse extraños nunca más. Lo han olvidado. Como han olvidado los buenos momentos que vivieron juntos. Porque sí los hubo.
Aunque también hubo malos, muy malos. Él reconoce que los episodios malos fueron su culpa, pero no externa su culpabilidad. Al menos no como a ella le gustaría.
Ella siente que tiene que hacer muchas cosas y no le queda tiempo para el romance. Y tampoco intenta hacerse tiempo porque cree que él no se lo merece.
Están estancados. Ella siente que rema sola en el bote. Él trata de remar pero lo hace en sentido contrario. La barca sólo gira y gira. Y seguirá dando vueltas hasta que se den cuenta que no están remando hacia el mismo lado. O tal vez ya uno se dio cuenta, pero la indiferencia le impide decirlo.
Tal vez ya se han dado por vencidos. Quizá ella está esperado que él haga las cosas que tiene que hacer. Y él está esperando que le digan que cosas tiene que hacer.
Lo que sí es que cada noche, en su cama, vuelven a ser dos extraños. Juntos pero distantes. Les hace falta recordar que una noche fueron uno sólo. Se complementaron. Se enamoraron. Se entregaron. Visualizaron su vida y definitivamente no era así. Si es que se le puede llamar vida.
Es necesario vencer a la rutina. A la indiferencia. Al orgullo. Ellos lo saben. Pero ahora se preguntan “para qué”.
Y la respuesta es muy simple: “para volver a vivir”.
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